domingo, 1 de junio de 2008

CORDERO Y LEON

Como cristianos todos sabemos que el propósito de Dios es que seamos semejantes a Cristo, para que él sea el hermano mayor (primogénito) en esta familia. Y una de las principales cosas que debe quedar claro en nosotros, como varones, es que esta semejanza no sólo es algo espiritual, sino que también debe conllevar una expresión natural, que sea visible en la vida cotidiana, en las actitudes que vivimos a diario. En mi humilde opinión, creo que el lugar donde mejor se ve esta expresión de Cristo es en el hogar, como cabeza de una familia. El apóstol Pablo nos enseña a ser verdaderos ejemplos, de tal manera que la gente pueda imitar la conducta de los cristianos. El mismo decía "imítenme a mí, así como yo imito a Cristo", declarando una tremenda verdad acerca del Evangelio, que no sólo es una serie de conceptos intangibles o cosas abstractas que ocurren en una dimensión desconocida llamada cielo, sino que es un conjunto de actitudes visibles que le van dando forma a un carácter especial, a una serie de vivencias que van creando todo un esquema conductual, todo un patrón de comportamiento, todo sobre la base de la imitación a la forma de vida que tuvo Jesús. Las Escrituras señalan "haya, pues, en vosotros esta manera de ser que hubo en Cristo Jesús...", como una parte muy importante del consejo de Dios. De hecho, el gran argumento apostólico de adhesión a la causa de Cristo era que ellos no podían dejar de decir lo que habían "visto y oído", y el doctor Lucas, cuando escribe el saludo a su amigo Teófilo, le habla acerca del evangelio señalándole que "en el primer tratado te hablé acerca de las cosas que Jesús vino a hacer y a enseñar". Pero, en verdad que las Escrituras están llenas de ejemplos acerca de ser imitadores de Cristo en las cosas prácticas.
Y ya que vamos a ser imitadores comenzando por nuestro hogar, quisiera decirles que una cosa sobresaliente en Cristo fue su madurez, su equilibrio entre ser fuerte y también muy dulce, no por nada es que él representa al verdadero león, pero también al verdadero cordero. O sea, el perfecto discernimiento entre la autoridad y el servicio, el amor y la disciplina, el cariño y la corrección. Jesús era muy dulce, pero, cuando tenía que decir las cosas con dureza, las decía. Frente a la tumba de su amigo Lázaro fue un tierno cordero, quien deja escapar lágrimas de sus ojos, pero, instantes después, saca un vozarrón que hace estremecer la muerte: "Lázaro, sal fuera..." y ahí lo vemos como el león de la tribu de Judá, ya no como el corderito que llora. Allí está el perfecto equilibrio de su misión: hacer lo que tiene que hacer en el instante correcto, con la actitud correcta. Si somos varones cabezas de hogar debemos imitar este equilibrio, pues en el hogar a cada momento se requiere el león y el cordero.
Desgraciadamente el fracaso de las familias cristianas se debe, en gran medida, al desconocimiento de este equilibrio en el rol de cabeza, pues sucede que cuando debemos ser leones, nos acorderamos, y cuando debemos ser corderos, nos aleonamos. La esposa nos pide que hablemos con los hijos adolescentes, pues hay actitudes peligrosas (llegar tarde, oliendo a licor o tabaco, etc) y opinamos que nuestras esposas están haciendo mucho escándalo, y siempre postergamos la conversación con los hijos. Cuando queremos reaccionar ya es demasiado tarde: el hijo se está marchando del hogar, la hija viene embarazada, los más pequeños ya son los dueños del hogar, etc. Y allí tenemos un ejemplo de acorderarnos cuando debíamos ser leones, que pongan las líneas conductuales del hogar, que rayen la cancha (así decimos en Chile), que señalen las reglas del juego, etc. O a veces nuestra esposa está envuelta en chismes, con actitudes que deshonran al Señor y somos incapaces de poner freno. En fin, somos débiles en los momentos que debemos ser fuertes. Pero también nos aleonamos cuando deberíamos ser corderos, porque habrán circunstancias frente a las cuales tendremos que ser tiernos, dulces, compasivos y reaccionamos grotescamente. Así, por ejemplo, hay períodos en que nuestras esposas necesitan que las escuchemos, que seamos cariñosos, que las comprendamos, que las regaloneemos. Días en que precisan que sus maridos las encuentren bellas, les digan cosas hermosas, les reconozcan sus esfuerzos. Y salimos con una barbaridad tamaño mayor y nos vamos dando un portazo o, como ocurre en muchos lugares, hasta golpes. Jesús es nuestro gran ejemplo en este equilibrio necesario: león cuando se requiera poner las cosas en órden, decirlas por su nombre y establecer los límites con claridad, y cordero cuando los demás necesiten palabras dulces y amables, llenas de gracia y ternura, y requieran de nuestro hombro para llorar y seamos capaces de llorar con ellos. Dios tenga misericordia de nuestro fallido rol de cabeza de hogar en esta bendita semejanza requerida con el hijo del Dios viviente.

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